martes, 25 de enero de 2011

La historia de los triángulos


Aislada del mundo estaba esta ciudad un tanto peculiar, con una historia detrás.
Los habitantes eran seres extraños, con características muy particulares, ajenas a la del hombre. Sin embargo, para ellos eran de lo más exotérico que podía existir.
Sus cuerpos tenían forma de triángulo y se habían creado distintas razas: los isósceles, los acutángulos isósceles, los escalenos, los obtusángulos escalenos, los rectángulos isósceles...Hacían las diferencias con sus tamaños y ángulos, pero siempre mantenían el nombre griego que les daba la característica primordial: escaleno (cojo) o isósceles (iso, igual, y skelos, piernas; es decir, "con dos piernas iguales").
Se los podía ver dispersos por la metrópoli a todas estas especies de triángulos: unos más altos, otros bajos; unos anchos, otros bien delgados.
Generación tras generación quizás se percibía algo de evolución y cambiaban mínimamente sus tamaños o sus vértices, pero lo que no se modificaba ni un ápice era la leyenda de UN TRIÁNGULO, siempre se relataba igual. Algunos no sabían si había realmente convivido con sus ascendientes pero la narraban de todas formas, dada la convicción de muchos otros triángulos que sí la creían verídica.
La extrañeza de los incrédulos provenía por la especie de triángulo que era, lo diferente que era de ellos y que nunca más había habido nadie semejante a él en toda la historia.
A ese sujeto se lo había bautizado como EQUILÁTERO. No habían osado ponerle un nombre en griego sino en latín, ya que lo consideraban el distinto...el perfecto. Sus tres lados eran iguales, como bien se traducía (aequilatĕrus).
Muchos lo consideraron y consideraban un dios, otros lo idolatraban y querían parecerse a él, pero era imposible debido a su fisionomía.
Pasaban los años y los triángulos habían impuesto ese esteriotipo como lo ideal para la raza triangular. El ser distintos a Equilátero a algunos los deprimía y en sí los hacía ser negativos y despreciarse por ser como eran. El interior no interesaba tanto finalmente como lo era su apariencia, su semejanza con ese dios.


Algunos nacían muy parecidos al estereotipo triangular y eran los más buscados y vistos. Eran muy interesantes y bien "cotizados" para encontrar como pareja.
Hablando de parejas, esa era otra forma casi perfecta de armar un triángulo equilátero, ya que se juntaban y sólo quedaban unos vértices fuera de esa imagen tan añorada por todos los habitantes de la ciudad. Así todo, obviamente era una aproximación y únicamente eso.
A las parejas que no le sobraba mucho en la unión, estadísticamente, duraban más. Eso entregaba una mayor impresión generalizada de que todo lo semejante a la figura del equilátero era perfecto; y en contraposición, la vida de los demás triángulos en conjunto no conllevaba un muy buen trato ni gran duración.
Eran pocos los triángulos que desalentaban a los demás a no seguir esos patrones de belleza que en algún momento se impusieron por vaya a saber quién. Tal vez, la historia del dios la había inventado un triángulo con algún sentido escondido, con algo que le ayudaría, pero no se sabía ni se iba a poder saber nunca. Ya era una historia que circulaba y no había forma de detenerla, pero lo que sí se podía hacer era lo que unos pocos intentaban: tratar de quitar de la cabeza de cada uno que lo ideal es ese estereotipo de todos los lados iguales.
Esos pocos que luchaban por tener otros prototipos de triángulos bellos eran insistentes porque ya había comenzado una enfermedad por la cirugía. Muchos triángulos se empezaron a operar buscando mediante la ayuda de la tecnología obtener ese objetivo tan deseado y que todos soñaban: el parecido con EQUILÁTERO. Las parejas no se quedaban un paso atrás y también buscaban de alguna forma más humana, no tan quirúrgica, pulir esos vértices que no los dejaban ser perfectos o unirse a la perfección con sus dimensiones.
Cada vez quedaban menos triángulos satisfechos por nacer obtusángulo isósceles, rectángulo escaleno o como fuera que hayan sido concebidos. Cada vez eran menos los infectados por esa enfermedad que te hacía cada vez más enfermo. Era una adicción que no tenía fin.
¿El dios había sido el culpable o quién divulgó la historia? ¿Había algún culpable realmente de la epidemia en la ciudad?


La imposición de estereotipos condenó a la sociedad de esa ciudad. Los hizo creer que no eran bellos y que sólo la belleza es externa. Los hizo creer que necesitaban ayuda para ser mejores personas, más interesantes para el mundo. Los hizo creer que la opinión de los demás es la única que cuenta. Los hizo creer que si las cosas no encajan es únicamente por eso, porque no encajan, y no por las diferencias de pensamientos, sentimientos que cada uno tenga.



Muchos necesitan: > cirugías tanto de nariz, de pecho, de cola, como de labios y patas de gallo;
> piercings;
> tatuajes;
> cortes de pelo;
> psicólogos;
> tinturas;
> cambio de color de ojos;
> liposucción;
> dietas imposibles;



Habrá muchas cosas más que la gente necesita y se siente inferior, fea, o fuera de los estereotipos. Hay programas que no dejan de insistir en que ya no pueden seguir, o mejor dicho, ya no existen las modelos 90-60-90.


Hay que amarse, amar lo que uno tiene y lo que uno es. Todos tenemos nuestra propia belleza, y hay muchos que disfrutarían de ésta.
Todos somos lindos para alguien. No por nada existe la frase: "un roto para un descocido". Y además, existe otra sentencia o bien digamos ley, la cual ratifica que muchos buscan la belleza que otros no la consideran así: "la ley del embudo: la más linda con el más boludo" (siempre hay gente que tira abajo a otros por envidia, pero eso ya quedará para otra historia).

lunes, 24 de enero de 2011

La vida es un laberinto


Apenas nacemos caemos en un laberinto donde empezamos a gatear. Es enorme y no sabemos que no tiene salida, porque es así la vida: una búsqueda eterna del sentido. Moriremos ahí dentro pero depende de nosotros avanzar.
Nos rodean puertas y paredes. Nos arrastramos y vemos que hay que empezar a tomar decisiones (los grandes dilemas que debemos enfrentar a diario): esa puerta o aquella. Al principio, algunos toman las decisiones por nosotros y, a veces, tan erradas son por ser tan prohibitivas, que se terminan cerrando puertas (generando miedos y fobias, límites innecesarios que terminan haciéndote dependiente de las imposiciones de los demás, de lo que está bien o mal).
Empezamos a caminar y ya parece más pequeño el laberinto en el que estamos inmersos. Nos parece que vamos a poder conquistar la salida, sorteando todo tipo de obstáculos, pero eso es simplemente la infancia, período en el cual todo aparenta ser posible. Lejos de los ojos de los grandes nos aventuramos a entrar por puertas prohibidas, cerradas o nunca antes vistas, quedándonos a nosotros mismos la responsabilidad de tomar una decisión propia: si volver a esa puerta o no.
El camino, de a poco, se va haciendo repetitivo, ya que no seguimos andando, sino que volvemos a recorrer los mismos pasillos que nos dieron placer, momentos de alegría, y son pocas las puertas que abrimos. El crecimiento y el progreso se van quedando de lado. Varias puertas son la que exhiben telas de araña y polvo, y luego, puede que evitemos querer cruzar por esos lugares. Dependerá de cada uno limpiar constantemente las puertas y obviamente ingresar por éstas.
Una vista aérea demostrará que el camino parece recién comenzarse a andar pero para uno ya parece un largo trayecto. A simple vista se puede atisbar las decisiones tomadas por el recorrido hecho (las luces prendidas o las huellas marcadas). Paso a paso, inconsciente, y a veces, conscientemente, vamos dejando puertas cerradas y otras abiertas. Ese pasado, que talvez no recordamos, nos está obstruyendo acciones presentes, que podrían ser futuras.
Seguimos andando y las decisiones las empezamos a tomar solos o con cierta grata compañía. Las personas que no te conocen, paulatinamente, irán conociendo o dándose cuenta las puertas que has dejado abiertas o que has clausurado. Si no tiene inconvenientes con tus elecciones podrán seguir andando, obviamente combinando tu laberinto con el de esa persona en el que ha caído. Muchas combinaciones podrán hacerse, aunque cueste, y otras simplemente no concordarán en absoluto (es como meter un cuadrado dentro de un círculo) y quedarán en el camino.
Más y más puertas vamos cerrando. Al parecer, la vejez, culta y nutrida de experiencia, sabe que no hay que abrir muchas puertas para seguir andando. Con una o pocas puertas por día ya empezamos a estar satisfechos y felices. Además, las combinaciones con otros laberintos también son menores. Dejan de haber pasajeros que se suman a nuestro viaje, por mera decisión o bien, si vemos retrospectivamente, algunas puertas nos hicieron ser quienes somos (quizás solitarios, quizás nos gusta un tiempo de paz con nuestra mente, o quizás, siendo pesimistas, hemos desarrollado un caracter áspero, que lastima al que se acerca, convirtiéndonos en puercoespines).

DEPENDE CADA PASO QUE DAS EN LA VIDA, CUANTAS HUELLAS TE RODEAN.
Depende el recorrido del laberinto, la grandeza de la persona.
Las puertas que hayas cerrado dictarán tu apertura mental y obviamente, tu caracter.


Ahora conscientes de que no hay salida seguimos caminando. Algunos preferirán que se termine la tortura de continuar el camino, pero otros, a sabiendas de aquel disparate en el que nacieron, querrán seguir abriendo más puertas hasta que las fuerzas sean las que realmente dicten el fin del laberinto. Esa es otra elección que debemos tomar (si nadie la tomó por nosotros antes, desafortunadamente hay que aclararlo): si uno quiere ponerle fin al tour hecho por la vida o seguir viajando hasta no darnos cuenta que ya se nos ha acabado el viaje.

Cada uno tiene su propio laberinto, por lo que cada uno tiene sus propias puertas.
Si dejas que los demás te abran tus puertas o entras siempre por puertas ajenas, estarás caminando por un camino que no es tuyo, por una vida que tú no controlas.
Si no eres dueño de tu laberinto estarás en manos de otra persona y dependerás de ella. Te conviertes poco a poco en su marioneta.

Abre todas las puertas posibles y después decide si quieres cerrarlas.

Las decisiones que no tomas son quejas a futuro, miedos y fobias; y en sí, ya esa es TU ELECCIÓN.


>>>>>>>Santiago Bianco<<<<<<<<<

jueves, 20 de enero de 2011

Victoria es el arte de continuar donde otros resuelven parar.

Había una vez un gran violinista llamado PAGANINI.
Algunos decían que era muy raro.
Otros, que era sobrenatural.
Las notas mágicas que salían de su violín tenían un sonido diferente, por eso nadie quería perder la oportunidad de ver su espectáculo.
Una noche, el escenario de un auditorio repleto de admiradores estaba preparado para recibirlo.
La orquesta entró y fue aplaudida.
El director fue ovacionado.
Pero cuando la figura de Paganini surgió, triunfante, el público deliró. Paganini colocó su violín en el hombro y lo que siguió es indescriptible.
Blancas y negras, fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas parecían tener alas y volar con el toque de aquellos dedos encantados.

DE REPENTE, un sonido extraño interrumpió el ensueño de la platea.
Una de las cuerdas del violín de Paganini se rompió.
El director paró.
La orquesta paró.
El público paró.

Pero Paganini no.
Mirando su partitura, el continuó extrayendo sonidos deliciosos de un violín con problemas.
El director y la orquesta, admirados, volvieron a tocar.
El público se calmó.
DE REPENTE, otro sonido perturbador atrajo la atención de los asistentes.
Otra cuerda del violín de Paganini se rompió.
El director paró de nuevo.
La orquesta par de nuevo.
Paganini no.
Como si nada hubiera ocurrido, olvidó las dificultades y siguió arrancando sonidos imposibles.
El director y la orquesta, impresionados, volvieron a tocar.

Pero el público no podía imaginar lo que iba a ocurrir a continuación.
Todas las personas, asombradas, gritaron un OOHHH!
que retumbó por toda la sala.
Una tercera cuerda del violín de Paganini se rompió.
El director paró.
La orquesta paró.
La respiración del público paró.

Pero Paganini no.
Como si fuera un contorsionista musical, arrancó todos los sonidos posibles de la única cuerda quedaba en el violín destruido.
Ninguna nota fue olvidada.
El director, embelesado, se animó.
La orquesta se motivó.
El público pasó del silencio a la euforia,
de la inercia al delirio. Paganini alcanzó la gloria.
Su nombre perdura a través del tiempo.

El no es un violinista genial.
Es el símbolo del profesional que continúa adelante aun ante lo imposible.


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Cuando todo parece derrumbarse, démonos una chance a nosotros mismos y sigamos adelante. Despertemos al Paganini que existe dentro nuestro: sigamos adelante para vencer.